La semana pasada despedíamos aquí a nuestro compañero Mauricio Santos Ochoa, y ahora es un placer dar la bienvenida a Marta Wood, que le sustituye como coordinadora de Cives Mundi en el Magreb y África Subsahariana. Ella misma nos cuenta un poco de sí misma en este texto que le hemos pedido que nos escriba.
Desde la ventana de la oficina de la AMAD, se ven algunas plataneras y se oye cacarear a las gallinas bajo un calor asfixiante. El ambiente es relajado, humilde, amable, y a la calma le acompaña en ocasiones la llamada al rezo del almuédano más cercano.El cuarto transformado en improvisado despacho, que tiene por único mobiliario una mesa polvorienta para tres y un armario destartalado, está plagado de mosquitos que festejan nuestra llegada puntual cada mañana. Hace apenas un año vivía en Benín, investigaba para mi tesis doctoraly esperaba a mi segunda hija. No había nada que hiciera presagiar que la vida me invitaría pronto a reinventarme otra vez. ¿Cómo podría haber sabido que en menos de un año estaría en Mauritania volviendo al redil de las organizaciones no gubernamentales de la mano de Cives Mundi?
Mi primera experiencia en el sector fue en Cabo Verde, un país del que guardo un magnífico recuerdo y del que conservo, como ellos dicen, muchas saudades, nostalgias inspiradas por sus mornas y sus paisajes. Allí trabajé con los ayuntamientos en pro del desarrollo local, con comunidades pesqueras y con mujeres en riesgo de exclusión social y víctimas de violencia de género. Fueron años inolvidables, pues a pesar de las innumerables dificultades que encontré como novata en la profesión, comprobé que cambiar vidas a partir de pequeñas cosas era posible.
Allí aprendí además, que toda pobreza es relativa. Se desbarataron algunos de los esquemas que yo me había supuesto sobre África, ese continente tan cercano y tan lejano a la vez, ese que, tal vez por una visión eurocentrista sobre el mundo asociamos erróneamente a un único y despiadado calificativ pobre. En Cabo Verde, toda pobreza se me antojó relativa pues en las zonas rurales que visité a lo largo y ancho del país los niños jugaban sin zapatos, pero jugaban felices; hacían largos trayectos hasta llegar a la escuela, pero tenían una escuela solvente con huertos escolares y un plato de comida al día; no tenían modernos dispositivos electrónicos, pero sí una educación orientada al uso de las nuevas tecnologías para garantizar la igualdad de oportunidades en el futuro. Esa lección por otro lado, me acompañaría a lo largo de mi vida profesional posterior en otros destinos no tan afortunados, yme ayudaría a sobrellevar en lo sucesivo algunas de las imágenes más dantescasque se han sucedido en un solo segundo delante de mis ojos y que sin embargo todavía hoy no he podido borrar de mi memoria. Y en la mayoría de ellas, los niños eran protagonistas.
Después de aquellos años de viajar de isla en isla y de conocer gente de todos los rincones del archipiélago de la morabeza, gentes que en mucho se me recordaba a los míos, pasé a trabajar en la cooperación oficial, a raíz de lo que yo llamo, no sin cierta ironía, la evolución natural del cooperante. Es esa evolución por la cual frecuentemente el trabajo en una organización no gubernamental da paso a la cooperación bilateral, luego al oficio de consultor internacional y por último a integrar el pesado y a veces inoperante aparatajede Naciones Unidas.
Cuando me incorporé a mi nuevo trabajo, desde una perspectiva y un sillón más cómodos(y a la que a todas luces era más fácil acostumbrarse) no pude menos que hacer un examen de conciencia y registrar con tinta imborrable en algún sitio de mi memoria las experiencias vividas y sobre todo el admirable trabajo de aquellas organizaciones no gubernamentales que tan frecuentemente caen en el desapego y la indiferencia de los grandes pesos pesados de la cooperación, o mejor dicho, de la diplomacia, presididos en muchos de los casos por dirigentes grises que no suelen mostrar un ápice de interés por el trabajo de las mismas.
Pero, volviendo al caso, la oportunidad llegó sola y, a pesar de haber vislumbrado otras opcionespara mide acuerdo a ese supuesto proceso evolutivo del cooperante que tantas veces he visto repetir a mi alrededor y del que yo también participo,pensé que tal vez lo más coherente era dejarme llevar por las inquietudes que me bullían aquí dentro, viejas amigasque han motivado algunos de los pasos, menos de los que quisiera, que he ido dando en mi vida personal y profesional, y motivo fundamental por el cual ahora mismo me encuentro escribiendo estas líneas. Por todo ello hoy abordo la incorporación a Cives Mundi con ilusión, después de haber leído en internet la historia de la organización, su larga experiencia en cooperación internacional, y también sus iniciativas novedosas llevadas a cabo en Soria cuyo carácter marcadamente social encajan perfectamente con mi imaginario sobre cómo debe de ser el desarrollo. Para mi incorporación he tenido la suerte de contar con la ayuda de Mauricio Santos quien, a pesar de estar llegando al fin de su etapa en Mauritania y en Cives, (porque como él bien dice, todos somos aves de paso) afronta el día a día de los proyectos con un contagioso entusiasmo.
En cuanto a mí, me quedan por delante largas sesiones de estudio para afrontar la temática del desarrollo agrícola que siempre me había sido ajena, acompañada, eso sí, de un socio local amigable, cercano y comprometido en la lucha contra la pobreza rural.En definitiva, cada destino es una nueva oportunidad para reinventarse y todo comienzo es un nuevo reto.
Algunos datos sobre mí. Me llamo Marta, tengo 35 años, natural de Las Palmas de Gran Canaria, casada y madre de dos niñas de uno y tres años. Soy doctora en Economía del Desarrollo y licenciada en Administración y Dirección de Empresas con un Máster de Cooperación internacional, Ayuda Humanitaria e Inmigración. Cabo Verde, Benín y Mauritania han conformado mi periplo en África durante casi diez años.