Durante el aterrizaje, el Mediterráneo queda a un lado y Beirut al otro. Es simplemente espectacular, hasta emocionante. Ya estoy en la capital de Líbano, ese país enrevesado, difícil, maravilloso, maltratado, maltratador. Un enjambre de sectas religiosas, una sucesión de guerras, un rosario de atentados… y todo se refleja en este Beirut al que he llegado para hacer girar el Planeta Cives, con ese primer reportaje en el campo de refugiados de Ein El Helwe.
Natalia Sancha nos recibe a Carlos Arciniega y a mí en el aeropuerto. Hemos llegado a la hora prevista. El día está nublado, pero no hace calor. Es conversación obligada hablar de la manera de conducir de los beirutíes. Líbano es el noveno país del mundo que tiene más muertes por accidente de tráfico. Un simple viajecito aeropuerto-ciudad explica el por qué a las claras. Vemos en quince minutos cuatro posibles percances automovilísticos.
No sé por qué, pero Beirut es exactamente como la tenía en mente. Está ahí como asentada en terrazas que comienzan desde el borde del mar. No es lo que se dice bonita, aunque es peculiar, única, una de esas ciudades con un enorme corazón. Natalia nos hace una visita flash: aquí viven los chiítas, aquí los sunitas, aquí los dos bandos juntos, eso es un cartel de Hamás, este es el barrio cristiano, aquí fue el atentado contra el presidente Hariri… Suficiente para quedarse prendado, para querer saberlo todo. Aún tenemos una semana por delante, pero yo ya estoy enamorado de este lugar.
De momento, mañana vamos a intentar baja al Sur del país. Este domingo es el aniversario de la fundación de Estado de Israel, lo que en el otro lado de la moneda se llamó Nakba, la desgracia, el comienzo de un exilio palestino que no ha acabado todavía. Mañana en el Sur, Hezbolá va a hacer algo, aunque no sabemos qué. Y tampoco sé si nos dejarán llegar…
Os lo cuento mañana.