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Cuatro generaciones de la Diáspora palestina

En un campo de refugiados palestinos como Ein El Helwe, que se fundó (no sé si es muy correcto este verbo) en 1948 hay gente de todas las edades, incluso los que fueron testigos directos de la Nakba, la Desgracia, la diáspora palestina que siguió a la partición territorial para dar cabida al Estado de Israel.


Hoy he conocido a cuatro generaciones de este largo exilio en la familia de Sara Abo Salah. Sara estudió informática en el proyecto de Cives Mundi en el campo. Ahora es ella la que enseña informática a los niños y niñas que han tenido que abandonar el colegio. Lo hace en la ONG Naba’a, el socio de Cives Mundi en Lïbano. Hoy he estado en su casa, con su familia, grabando el documental de Planeta Cives.


Ha sido al final cuando nos ha llevado a visitar a su bisabuela y a su abuela, en compañía de su madre y de algunas de sus tías. La matriarca del clan se llama Aisha Abdul Kader Abdul Halim. Tiene 93 años y salió de Palestina en 1948. Su marido murió ese mismo año y ella quedó sola. Pese a su edad cree que volverá a su tierra, que no deja de añorar y que no es un vago recuerd,o si no una melancólica realidad siempre presente. Llora cuando habla de Palestina y está al tanto de lo que sucede, por ejemplo de la matanza en la frontera con Israel el domingo pasado. Hemos compartido un rato con todas estas mujeres y, también, con el abuelo de Sara.


Al final le he pedido a Natalia Sancha, delegada de Cives en Oriente Próximo y nuestra guía y anfitriona, que me sacara una foto con este grupo de mujeres, momento en el que Hiba (de Naba’a), que se ha convertido en mi asistente personal para filmar el reportaje, me ha tomado el pelo pidiéndome que me acercara más a la bisabuela, hasta que la mujer no ha tenido más remedio que preguntar: “Y este hombre, ¿por qué se acerca tanto a mí?”, entre risas de la concurrencia y mi cara de tonto porque no entendía nada.


El día de hoy había comenzado con todos los coches de Beirut sucios, llenos de polvo, debido a una tormenta de arena que hay en Irán. Una manera de saber, además, quién tiene su vehículo guardado en su garaje y quién no puede hacer frente a ese gasto. Desde luego, un corte de pelo o un afeitado cuesta bastante menos que una cochera. En mi caso, nada. Omar no me deja que le pague (pese a que insisto cuatro o cinco veces) el perfecto rasurado que me hace en la peluquería en la que trabaja en Saida, la ciudad libanesa en la que está incrustrado el campo de Ein El Helwe. Omar tiene 17 años. Estudió peluquería con el proyecto de Cives Mundi, financiado por la AECID, y ha encontrado trabajo. Ahora está como autónomo en un establecimiento en el que su dueño está encantado con él. Es un ejemplo de cómo se ayuda a los chavales a comenzar a montarse la vida, en un lugar donde eso es muy complicado de por sí, y más si eres palestino.


Desde muy joven, la opción de vida de Mahmoud Issa fue la política y la milicia. Issa, conocido como Lino, es el jefe de Al Fatah en Ein El Helwe y el responsable de seguridad de los doce campos de refugiados que hay en Líbano. Fatah, el partido del fallecido Yaser Arafat, es la facción palestina mayoritaria en El Helwe. Lino ha sufrido cuatro atentados y se mueve por el campo rodeado de tres guardaespaldas armados con sendos subfusiles. La entrada en su cuartel general está fuertemente vigilada y durante la entrevista que le hacemos, un miliciano con un subfusil permanece en la entrada a la sala en la que tiene lugar nuestro encuentro.


El discurso de Lino es diferente al del líder de Hamás que entrevistamos ayer. Por ejemplo, considera que hay otras maneras de alcanzar los objetivos sin la necesidad de muertes como las del domingo. Pero coincide en una cosa: Israel está condenado a desaparecer.          

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