‘Heraldo de Soria’ publicó el sábado pasado un reportaje sobre el viaje que Cives Mundi realizó a Haití el pasado mes de junio. El reportaje, titulado ‘Haití, ¿te gusta conducir?’, estaba firmado por el responsable de Comunicación de la ONG, Roberto Ortega, quien se desplazó también a ese país. Este es el texto del mismo.
(Ésta es la crónica personal de un viaje de trabajo
realizado con la ONG Cives Mundi a últimos de junio, con el objetivo de
identificar nuevos proyectos en Haití).
En el principio el caos ya estaba allí, y allí seguía
después del terremoto. Cuando se entra en coche en una nueva ciudad, el amigo,
el guía o el taxista suelen explicar lo que se va viendo. Ésa el la catedral.
Ése es el parque. Aquí se encuentra la zona de marcha. En Puerto Príncipe,
también, aunque la conversación tiene matices diferentes, que te dejan mudo.
-Ahí había un supermercado. Murieron cincuenta personas.
-Esto era una Maternidad. Fallecieron todos: los bebés, los
médicos, las enfermeras, las embarazadas y los que las acompañaban.
El recién llegado mira
hacia el lado que le indican para encontrase con un castillo de ruinas tras
otro. La Ruta de los Edificios Derrumbados podría durar horas porque no se ha
movido ni una piedra, todo sigue como lo dejó la naturaleza iracunda. No hay
dinero para desescombrar. Bajo los cascotes los cadáveres se irán convirtiendo
en huesos mondos y lirondos.
-Ésta es mi casa. Aquí vivía yo.
Combinando de
esta manera los tiempos verbales, Maggy Desormeauxseñala
a su derecha, y el visitante se queda con la vista clavada en el dedo, temeroso
de girar la cabeza hacia donde apunta. Lo que hasta ahora era un drama sin
rostros, se convierte en una tragedia que tiene cuerpo, venas, corazón,
estómago, cerebro y una cara (la de esta doctora haitiana que trabaja en la ONG
Mypros) en la que hay una sonrisa extraña, que no es triste ni tampoco lo
contrario, cuando narra lo sucedid el ruido pavoroso, el cielo que cae sobre
tu cabeza, la pérdida de los sentidos, el apagón mental breve, pero fulminante.
En fin: esa escena de fin de mundo que viven los que se les derrumba un
edificio encima. Maggy y su hija sobrevivieron. Reptando por los huecos entre
el hormigón desarmado, salieron ambas, no tengo ni idea de cómo lo hice, de
pronto me encontré en la superficie vestida sólo con unas bragas, y con mi
niñita. Con una risa, brutal puesta en escena del reír por no llorar, concluye:
Dios lo quiso, ja, ja.
Dios está muy presente en Haití. Habría que rectificar: lo
que está muy presente en el país es el constante diálogo que los haitianos insisten
en mantener con Él, aunque por lo que se ve alrededor, el trato entre ambas
partes no se sabe muy bien qué objetivos persigue. Pero en los autobuses y en
los tap-tap (unos carromatos pintarrajeados de colores chillones en los que la
gente viaja hacinada) se leen leyendas de Dios te ama o Jesús vive, y una
peluquería puede llevar por nombre La Gracia de Dios o un negocio de
lavacoches llamarse Cristo viene.
En realidad, Haití son 27.750 kilómetros cuadrados de África
incrustados en pleno Caribe, en esta isla, La Española, que comparte con la
República Dominicana. Por lo tanto, lo que se ve aquí ya lo hemos visto en
centenares de reportajes y de fotos, desde el desorden tremebundo de la ciudad,
hasta el tráfico endiablado (con perdón) ante el que un policía local español
rompería a llorar con desconsuelo. Desde la gente yendo a cualquier parte a pie
por las cunetas de las carreteras, hasta las mujeres que acuden a recoger agua.
Y por supuesto, esos camiones cargados con sacos, trastos, muebles, cajas o
cualquier otro artilugio formando un montón altísimo al que se añaden cuatro o cinco
personas que viajan arriba en su cumbre, sujetos a lo que pueden.
El símbolo de que aquí nada se ha movido, salvo la sacudida
de tierra de enero, es el palacio presidencial. Sigue igual que en todas las
imágenes que de él publicó la prensa. Al presidente de la República, René
Préval, también se le cayó su palacete particular, construido en una loma de la
ciudad.
Préval es un sesentón elegante, como demuestran sus
corbatas. Fue presidente desde 1996 a 2001, un mandato histórico porque lo pudo
acabar con normalidad democrática para entregarle el poder a Aristide, a quien,
a su vez, volvería a reemplazar tras los comicios de 2006. Se le considera un
hombre con gran capacidad de liderazgo. El terremoto, no obstante, le arreó un
puñetazo directo en el mentón, que le dejó como un boxeador sonado, sin
reflejos. A las pocas horas del temblor, anunció que se iba del país por
razones de seguridad. Reculó pronto de tamaña insensatez o cobardía y cuando
dos días más tarde compareció ante los medios, algunos periódicos dijeron que
parecía un zombi.
Nadie sabe muy bien si el Gobierno gobierna. En la radio
dominicana se ceban con Préval y salvan a su primer ministro, Jean-Max Bellerive.
Aunque la que peor cae es, sin duda, Elisabeth, esposa del jefe de Estado. Qué
bien se sienta esa señora, gritaba en su programa de radio en el vecino país,
El Gobierno de la tarde, Consuelo Despradel, una polémica locutora con gran
audiencia. La noticia (probablemente nada contrastada) era que la primera dama
se había gastado 200.000 dólares en compras en Nueva York: Con su pueblo en la
miseria
pero qué bien se sienta, qué porte tiene, qué clase, qué manera de
cruzar las piernas, se desgañitaba la presentadora, comentando un viaje que el
matrimonio había efectuado a Dominicana a finales de junio. De todas maneras,
muchos expertos aprueban al Ejecutivo haitiano, dado el alcance de la
devastación.
Así que la pregunta morrocotuda, y que todos hacen en cuanto
dan una primera vuelta por la capital, es saber qué pasa con la prometida ayuda
internacional. Lo cierto es que no se ven más que parches puestos por aquí y
por allá. Las propias Organizaciones No Gubernamentales reconocían, con motivo
del medio año del seísmo, que el dinero llega con cuentagotas. Sí que ha
venido ayuda. Pero creo que el problema principal es que nadie la coordina,
apunta Jean Closter Baptiste, presidente de Mypros. Es posible que así sea porque esa
coordinación se antoja una tarea descomunal si tenemos en cuenta que en Haití
operan unas 11.000 ONG. Digámoslo como se merece: ¡¡¡11.000!!! Aunque claro, la
ONU (omnipresente con sus impecables toyotas blancos) va por su parte, la USAID
(la ayuda de EE UU, con su lema perfect From the american people) hace lo
suyo, mientras que las grandes ONG mundiales se afanan en la parcela en la que
están especializadas.
En cualquier caso, en la capital, sólo a últimos del mes
pasado comenzaron a instalarse los primeros módulos prefabricados de viviendas
de veinte metros cuadrados, como contaba, un tanto escéptico con la medida, Ricardo
Ruiz, funcionario de la delegación de la Cooperación Española en Puerto
Príncipe. España se está volcando, sobre todo, en problemas de abastecimiento
de agua. Ya los había antes. Ahora son mayores.
De reconstrucción es, precisamente, de lo que le gustaría oír
hablar al alcalde de Jacmel, Ronald Andris. Cada día, cuando va a su trabajo
(en la biblioteca de la localidad porque el Ayuntamiento no se encuentra en
buen estado) tiene que cruzar uno de los campamentos de damnificados: el que se
instaló justo en la plaza Mayor, con las piquetas de las tiendas clavadas en
las baldosas, entre los columpios para niños, jardincillos y un pequeño
estanque de agua, ahora a punto de pudrirse.
Jacmel y sus periferias rurales tienen 145.000 habitantes.
Enterraron 384 cadáveres, hubo 437 heridos, 2.090 viviendas destruidas, otras
6.638 dañadas. En total, 9.973 familias afectadas. En tiendas de campaña viven
aún 12.696 personas.
Claro que, de nuevo, con este guarismo y con los del resto
del país, hay dudas. ¿Cuánta gente vive en esas condiciones? El uso de las letrinas,
por ejemplo, es menor que el que se derivaría de las cifras oficiales. Se
apunta a la picaresca: personas que viven sobre techado, pero que guardan su
plaza para obtener los beneficios que se deriven más tarde de esa situación;
gente que vivía de alquiler, que prefiere ahora subsistir en precario porque le
sale más barato (sí, al parecer esto sucede).
Para que los refugiados no se eternicen en los
campamentos, el Gobierno cortó hace meses el reparto de comida gratuita.
Sea
como sea, entrar en uno de esos enclaves encoge el corazón, que sangra en forma
de lágrimas. No es una hipérbole, al
menos para quien escribe esto, decir que son uno de los lugares más tristes de
la Tierra. Y aún así, venciendo esta tristeza, los afectados se organizan. Cada
campamento tiene su presidente y su vicepresidente: Obert, Lors, Cherudin,
Ernsu, nombres de hombres jóvenes, en la veintena de edad, que tratan de poner
algo de calidad a una existencia que tienen en vilo. ¿Qué le pide usted a la
vida después de esto?, se le pregunta a Pierre Sainte Roovelrt, uno de los
líderes: ¿Vida? Esto sólo se parece a la vida en que respiramos.
Es probable que no haya ni una sola aldea de Haití que no
haya sentido el terremoto, incluso en los sitios en los que la tierra no se
cuarteó bajo la suela de sus zapatos. Hynch es la capital del departamento de
Plateau Central. Desde Jacmel se llega por una carretera financiada con fondos
de la Unión Europea. El viaje dura unas tres horas y media. Antes, ocho. Los
domingos, los vecinos de Hynch, se visten como si fueran a una boda para
asistir al servicio religioso. Por todas partes hay grupos de personas endomingadas,
de todas las edades, elegantes
Los que
no viven en el mismo pueblo se pegan una caminata a cuarenta grados de
temperatura, para acudir al templo, y
logran llegar limpísimos, oliendo a jabón. Los foráneos, que no están
acostumbrados a esta calorina constante, valoran este logro como un prodigio
inexplicable.
En Lacabouille, una de las comunidades rurales de la zona, a
la que hay que acceder por una sendilla empinada en la que los 4×4 las pasan
canutas, puede verse otra consecuencia de la catástrofe. En los últimos meses
han recibido a unos 4.000 desplazados, un enorme problema en un lugar en el que
ya antes había dificultades para alimentar a los vecinos de siempre. En
algunas casas viven hasta 20 personas, comenta Emmanuel Charite, director de
APAS, una asociación de agricultores.¿Y
qué hacen los recién llegados? ¿Ayudan? ¿Trabajan? Bueno
juegan al dominó,
dice Charite como si tal cosa.
Haití sigue sufriendo las secuelas no sólo físicas, si no psicológicas
del mazazo. Aún me asusto cuando oigo algunos ruidos. Se cae un libro y boto,
explica Maggy, la doctora que conocimos al principio de estas líneas. En este
país cada ciudad y cada pueblo padecen su propio drama colectivo, su situación
especial posterremoto. Para el extranjero, los únicos momentos de paz son los
que proporciona el viaje entre pueblo y pueblo, ciudad y ciudad. Los paisajes
que se ven desde el coche son espectaculares: todo es de un verde muy intenso,
pero muy relajante. El visitante abre la ventanilla del vehículo. El aire
pesado y caliente le da en la cara. Saca el brazo para sentirlo en el vello,
como en aquel anuncio tan sugerente de ¿te gusta conducir?. Por un momento,
es casi posible olvidarse de todo. Es una sensación que merecerían disfrutar
los habitantes de este país, que tantos años llevan sufriendo.